Es
fácil confundir los síntomas -el encarecimiento y retraso del submarino
S-80- con la enfermedad que se padece: la que ha contraído, y todavía
sufre, Navantia, que por otro lado sabe diseñar y construir magníficos buques de guerra.
Como
Navantia es una empresa de capital público, creo que podría
considerarse correcto que uno de sus accionistas levantase la voz en
esta especie de virtual junta general que constituimos todos los
españoles. Se une además, en mi caso, la condición de antiguo marino de
guerra y comandante de quilla -es decir primer comandante- del "Patiño"
por lo que puedo apoyarme en ciertas experiencias propias.
Cual
doctor ante un enfermo repasemos pues, primero, los síntomas. El
sobrepeso del primer S-80 y los problemas con la planta AIP (sistema
para producir, sin necesidad de aire atmosférico, la electricidad que
propulsa al buque) son los principales síntomas del enfermo, que están
rodeados de un silencio que para sí quisiera el más discreto de los
doctores.
No
nos detendremos mucho en los síntomas, pues nos vamos a centrar más en
la enfermedad e incluso en su posible cura. Los repasaremos pues
vertiginosamente.
El
sobrepeso no es algo que surja de repente, un mes antes de la botadura
del S-81. Ha tenido que ser detectado progresivamente por los ingenieros
del proyecto varios años antes ¿Por qué pues no se informó y reconoció
antes el problema? Creo haber encontrado la causa en algo que está
pasando en la plantilla de Navantia desde el 2004.
Lo
del AIP es algo de diferente naturaleza a lo anterior. Siempre tuvo
riesgo y la prueba es que se financió inicialmente como un proyecto de
I+D. Pero había alternativas por si se retrasaba; en principio no tiene
nada que ver con lo del sobrepeso. La empresa Abengoa, que
el reformador de bioetanol -que debería producir el hidrógeno necesario
para la generación de electricidad-, se encuentra al parecer en un
atolladero sin
a la vista. Pero hay otras soluciones. Al menos dos identificadas, que
no acaban de explorarse por razones políticas, en principio no
achacables a Navantia.
Desde
el inicio, se quiso dotar al S-80 de una propulsión AIP, no por lo que
lo demandase nuestra comunidad submarinista, sino más bien para dar
viabilidad, frente a posibles clientes extranjeros, a un astillero como
el de , que no podía sobrevivir con una cartera de tan
cuatro buques para la Armada. Y esta supervivencia de Cartagena -con un
producto de alto valor tecnológico- lo era también para Navantia, que
se enfrenta a una competición cada vez mayor en las otras clases de
buques que diseña y construye. Y con Navantia, perdura una manera de
construir buques de guerra que ha paliado en parte la indiferencia con
que las elites -y consecuentemente el pueblo- español han contemplado
siempre a su marina de guerra.
Había
pues, mucho en juego. Quizás incluso, la supervivencia de Navantia con
el carácter que hoy tiene. Una privatización como la de Iberia o las
cajas de ahorro seria una pesadilla para casi todos, pues no podemos
imaginarnos a donde nos conduciría.
Repasemos
ahora esta enfermedad de Navantia que sus síntomas han revelado. En el
2004, un recién llegado gobierno socialista nombró presidente de esta
empresa estatal a una persona altamente politizada. Pero eran tiempos
donde la ideología, la temeridad u optimismo sin base y la ignorancia
-en este caso sobre la industria naval- campaban por sus respetos en el
campo político. Seguro que lo recuerdan Uds.
Los
cambios que este presidente -que duró 5 años- introdujo entre los
ingenieros y técnicos de la entonces Izar -posteriormente Navantia- no
fueron inspirados por criterios técnicos y sembraron, adicionalmente, el
miedo a perder el puesto caso de oponerse a la línea oficial. Aquí creo
que radica el foco de lo del sobrepeso del S-80: miedo a expresar un
criterio puramente técnico. Del 2009 hasta la fecha se ha sucedido un
vertiginoso carrusel de presidentes aparentemente incapaces de arreglar
el entuerto, pues quizás lo que el nivel político estropeó exige un
nivel político para enderezarlo. Solo una decidida acción de la cúpula
del Ministerio de Defensa -sin excusarse en dependencias de otros
organismos oficiales o buscar escapes con reorganizaciones de dudosa
eficacia- puede salvar a la última industria militar estatal, que no
solo ha sobrevivido, sino cosechado resonantes éxitos hasta la fecha.
Respecto
a la ubicación de la jefatura del programa S-80 y sus relaciones con el
resto de órganos técnicos de la Armada creo que
-apropiadamente-deberíamos seguir a San Ignacio de Loyola en aquello de
"En tiempos de tribulación no hacer mudanza".
Pero
no todo fue malo del 2004 al 2009. La cruz que arrastraba Izar -que
englobaba los astilleros públicos civiles con pérdidas enormes y ayudas
ilegales según la UE- fue parcialmente aliviada durante este periodo,
con la notable excepción del astillero de Puerto Real -entre otros-
auténtica piedra al cuello, por su rentabilidad y tamaño, que todavía
hoy lastra a Navantia, la sucesora de Izar. En estas página web de
ATENEA he ventilado ya hace año y medio alguna de mis ideas sobre la
reconversión de Navantia, imprescindible -a mi juicio- para su
supervivencia.
Navantia
ha vendido hasta la fecha magníficas fragatas a clientes extranjeros de
la mano de Lockheed Martin, que es la mayor empresa en el mundo del
armamento. También vendió en su día submarinos -los Scorpenes- asociada,
más bien arrastrada, por los franceses de la semiestatal DCNS. Solo que
esto último acabo mal, mientras que los acuerdos con los americanos
gozan todavía de buena salud, tanto con los sistemas de combate de los
buques de superficie, como para los del S-80.
En
el caso de los tres portaviones vendidos a otros clientes, Navantia ha
ido sola en la venta, pero en otras ocasiones se ha perdido mercado por
motivos políticos -como en el concurso con los rusos- pese a tener un
producto claramente superior.
El
mercado de buques de guerra es uno muy político, donde tener algo bueno
-como en su día serán sin duda los S-80- posibilita, pero no asegura la
venta. Especialmente si se sale tarde y cubierto por la espesa capa de
humo tóxico con la que algunos adversarios comerciales -ayudados por los
habituales pesimistas nacionales- están cubriendo el futuro de nuestro
submarino.
Por
eso creo que habría que imitar con los S-80 el modelo que exitosamente
se ha seguido con los buques de superficie e ir a una asociación naval
técnica y comercial conjunta hispano norteamericana -tutelada
oficialmente por las dos marinas- especialmente favorecida en esta
ocasión por el hecho que estos últimos no diseñan submarinos
convencionales.
Una
posdata final: no me preocupo de las ventas de Navantia por motivos
personales -pues nunca he recibido ni un euro de ellos- sino por
entender que su futuro y el de mi Armada están unidas. Esta última sí
que me motiva.
Por Ángel Tafalla (Almirante)
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