LOS datos son espectaculares. Una eslora de más de 230 metros, una capacidad que puede llegar a los 4.421 metros cuadrados, una velocidad de 21,5 nudos. Capaz de transportar 19 aviones y hasta 40 helicópteros, con una tripulación de 243 personas. Un gigante del mar, que sirve tanto para tareas de combate como para acciones humanitarias, dotado de una autonomía que le permite atravesar el Atlántico sin repostar. El acto de entrega en los astilleros ferrolanos de Navantia suscita primeramente un gran orgullo. Tenemos a los mejores operarios del mundo en materia de construcción naval. Ningún desafío ha sido capaz de derrotarlos, ni siquiera cuando se trata de un tipo de buque completamente original, sin parangón en ninguna Armada. Con razón países tan alejados como Australia o Noruega han elegido Navantia para modernizar sus flotas. Quieren lo mejor y saben que lo mejor está en Galicia. Ahora es de esperar que, además de dotar de gran poderío a nuestra fuerza naval, el Juan Carlos I sea un excelente escaparate promocional. No faltarán clientes que, atraídos por el gigantesco logro, acudan también a Ferrol.
Orgullo por tanto ante esta conquista que nos sitúa a la cabeza en el sector. Pero al mismo tiempo, un sentimiento de tristeza porque en gran medida esa capacidad supercontrastada de nuestros trabajadores está siendo desperdiciada por culpa de un veto a la construcción civil que nadie explica muy bien. No hay derecho a que en medio de una crisis como la que sufrimos, se desperdicie tanta destreza. A Galicia no le sobra industria, y menos ahora que la comarca ferrolana acaba de ser injustamente golpeada con el decreto del carbón. ¿Por qué no volver a la carga, y exigir construcción civil para Navantia? Es el momento.
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