lunes, 4 de octubre de 2010

Los 16 mejores buques militares tienen sangre ferrolana







Cada pueblo tiene su destino. Y Ferrol nació para construir barcos. Cuando la peste negra asolaba Europa, la aldea sobrevivía pescando en sus chalanas. Durante la pujanza comercial de Flandes, el pueblo se adaptó a las rutas marítimas con destino a Venecia. Y en el siglo XVII, llegó por fin la gran oportunidad de los ferrolanos: los Borbones tocaron el Noroeste con su varita mágica y aparecieron los arsenales. La aldea se convertía en la primera ciudad especializada de Galicia: inmersa en el sueño del naval.

Durante los últimos 300 años, los astilleros se han despertado todos los días entre la niebla para arrojar navíos que tuteaban a la Pérfida Albión, petroleros envidiados en los Estados Unidos, fragatas deseadas por los nórdicos... La empresa pública Navantia cierra ahora una de esas décadas doradas: desde el año 2000 ha construido o proyectado en la ría de Ferrol los 16 mejores buques militares del planeta. Detrás de cada nave que abandona las grúas, como aquel gigante tripulado por Bruno Ganz en La ciudad blanca, se encuentra el esfuerzo de los 2.400 obreros de la empresa principal y los 3.100 de las auxiliares. Casi 10.000 familias en la zona dependen de la economía naval. Y desde 1997, cuando se firmó el pionero acuerdo para crear las españolas F-100, Navantia ha sumado contratos por casi 6.000 millones de euros con repercusión en la ría.

En un viaje por el siglo XX cambalache, Ferrolterra ha pasado de El árbol de los zuecos a las revueltas de La clase obrera va al paraíso. La sangre campesina se ha convertido en músculo industrial, en una constante lucha por la supervivencia. Ni siquiera las duras reconversiones de los 80, que mutilaron Astano, han podido con estos astilleros. Y en esta última década prodigiosa, que se cierra con la entrega del buque de proyección estratégica (BPE), todo empezó con un flechazo norteamericano. España consiguió el sistema de combate estadounidense Aegis, el mejor del mundo, y revolucionó la flota de su Armada. Las fragatas F-100, clase Álvaro de Bazán, sorprendían a las potencias militares con su radar AN/SPY-1D: capaz de detectar movimientos de aeronaves en un radio de 600 kilómetros. La Marina española encargó a los astilleros de Ferrol cinco de estos destructores. Sólo la F-101 costó finalmente 600 millones de euros. Y el presupuesto de la quinta fragata se estima en 750 millones. A los tres años de firmar el contrato con nuestra Armada, Izar (después rebautizada como Navantia) lograba seducir a Noruega. El país nórdico quería sus propias F-100: cinco fragatas de menor tamaño que las originales, conocidas como las F-310. El acuerdo se rubricó por un total de 1.100 millones de euros.


Como la ambición no tiene límites, Navantia decidió proyectar el buque más versátil del mundo: el anfibio humanitario BPE, presupuestado inicialmente en 360 millones de euros. Semejante ciudad flotante, bautizada como Juan Carlos I, acabó de convencer a las Antípodas. En 2007, Navantia firmaba el contrato militar más jugoso de su historia: 1.200 millones de euros a cambio de tres destructores tipo F-100 y dos anfibios como el BPE para Australia.

De tan tremendo desembolso económico, 900 millones se han invertido exclusivamente en Ferrol: la ría gallega se encarga de construir el 80% de las fragatas y de diseñar los anfibios. Pero todo tiene su fin y ya empieza la época de las vacas flacas. Los mejores obreros del naval se preguntan: "¿Qué nos ocurrirá a partir de 2012?"
phermida@elcorreogallego.es

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