domingo, 29 de agosto de 2010

A veces

Algo especial tiene Galicia cuando los gallegos la queremos con una pasión casi panteísta. Sin embargo, a veces cuesta no desmoralizarse al pensar en el país que tenemos y el que podríamos tener.
Somos el primer productor de leche. Pero pasan décadas y gobiernos y no hay manera de crear una industria transformadora que ponga en valor la materia prima. Resultado: el campo, que debería ser nuestra caja fuerte, agoniza. Dos provincias empiezan a ser llamadas el desierto verde, o la Galicia del Este.

Somos la potencia marisquera. Festas do marisco a tutiplén. Pero cuidamos tan bien nuestra naturaleza que al final tenemos que importar viandas de Escocia y Canadá (para colárselas como gallegas a los turistas).
Recorrer los cascos históricos de Betanzos, Ribadavia, Noia, Ferrol... resulta deprimente. La mejor Galicia se cae a trozos, porque somos un pueblo que no respeta su historia ni se quiere. Hasta la catedral está sucia y tocada con hierbajos. Nuestro impulso es tapar la piedra con cemento. Flipar con el PVC. Nada nos deleita más que espallar las casas, encareciendo los servicios hasta lo inviable.
Van cuatro años de bipartito y uno de feijoísmo. No se conoce empresa extranjera que haya elegido Galicia para instalar una gran fábrica. No convergemos y seguimos emigrando. ¿Cuántos de nuestros mejores universitarios se quedarán aquí?

Las comunicaciones se trazan a boleo: unha pista por alí, unha autopista por alá. La universidad, diezmada en tres, pierde fondos y prestigio. Las empresas gallegas dejan de serlo en tropel. Las rías siguen sucias. A los furtivos ni se les detiene. El Gaiás avanza hacia su ridícula inauguración mientras la sanidad empeora.
Lo fácil es el victimismo: nos han machacado. Pero Galicia es la suma de todos nosotros. El retrato de un individualismo estéril y una paralizante carencia de autoestima.

Luis Ventoso:La Voz de Galicia

No hay comentarios: