Carlos Agulló
El ministro Sebastián se encargó hace unos días, y por dos veces, de dejar en mal lugar la promesa hecha por Zapatero de que iba a aprovechar la presidencia española de turno de la Unión Europea para exigir el levantamiento del veto a Astano. Dijo el ministro que quizás no sea buena idea remover el asunto, no vaya a ser que alguien se moleste en Bruselas y aun nos salga más caro el castigo impuesto al astillero de Fene, y a otro de San Fernando, por las ayudas públicas que en su día se repartieron para sanear el sector. Todo el sector. El mensaje enviado por Sebastián a los ferrolanos es clarísimo: hay que resignarse a tener bajo mínimos unas instalaciones productivas de las que, por si alguien tiene dudas, Galicia no anda sobrada.
Quizás piense el encargado de hacer de la industria española algo rentable y competitivo que veintitantos años de promesas incumplidas, de incentivos inciertos, de expectativas defraudadas, de agravios con una comarca que luchó hasta la extenuación por intentar salvar lo que había levantado con esfuerzo y sacrificio acabaron por narcotizar a los ciudadanos, hasta el punto de que demos por bueno que nos prohíban hacer uso de nuestras propias capacidades. Y puede que algo de eso haya, porque la autoestima colectiva está tocada y porque en algunos sectores, quizás los que más se quemaron en la defensa del naval, ha cundido una suerte de escepticismo muy poco edificante. Quienes estaban naciendo cuando se dieron los primeros hachazos a Astano son quienes ahora buscan empleo, y a esos no les ayudan ni los cínicos ni los descreídos.
El ministro y quienes apelan a la inacción -garantía de que quien no actúa no se equivoca-, corren el riesgo de ser ellos mismos los que despierten la dignidad humillada de mucha gente que no admite la afrenta. Porque el veto, que pudo ser una herramienta táctica para evitar males mayores, es ahora una ofensa a los ciudadanos.
lavozdegalicia
No hay comentarios:
Publicar un comentario