jueves, 11 de febrero de 2010

De la técnica del avestruz a la alarma nacional



El deterioro de la imagen exterior de la economía obliga a Zapatero a reconocer la hondura de la crisis.

El chascarrillo es conocido. Seis meses antes de su inesperado triunfo electoral del 2004, una grabadora indiscreta registra en una sala del Congreso las lecciones de economía que recibe Zapatero del hoy desafecto Jordi Sevilla. El maestro le está enseñando política presupuestaria y lo corrige suavemente: «Se nota que aún estás inseguro. Has cometido un par de errores». Pero para animar al líder añade: «Son chorradas. Lo que necesitas saber, tú lo aprendes en un par de tardes».

La economía nunca fue la prioridad de Zapatero. Optimista contumaz, creía en el ensueño del crecimiento perpetuo. Cuando tocaba hablar de cuestiones económicas, las vadeaba con su mantra favorito: «España debe cambiar su modelo productivo y apostar por la sociedad del conocimiento, el I+D+i». En efecto. Pero esas reformas no llegaron. En realidad se continuaba por el mismo carril por el que había circulado Rodrigo Rato. Parecía bastar con que un burócrata sobrio, el veterano Pedro Solbes, velase por un cierto rigor presupuestario. La nave avanzaría sola. En su primera legislatura los datos parecían avalar la fe del presidente: superávit, recorte de la tasa de paro de 3,2 puntos, tres millones de nuevos empleos y un crecimiento robusto y sostenido. Ejemplar.

La historia de un éxito

Y es que desde la muerte de Franco en 1975, la de España había sido la historia de un enorme éxito. Muchos de quienes hoy frisan la cincuentena recuerdan aún los hogares sin baño ni agua corriente de aquel país misérrimo. Hoy España es la novena potencia económica. A pesar del pecado original de que la revolución industrial pasó de largo, supo reinventarse. Si en 1993 había 12 millones de personas empleadas, en el 2007 eran ya 20 millones. Entre 1994, el ocaso del felipismo, y el 2007, cuando estalla la crisis, la media de crecimiento fue del 3,6%. Desde el fin de la autarquía franquista, la inversión extranjera se disparó, al calor de la mano de obra barata. Los coches se convirtieron en el primer artículo de exportación del país. En los últimos 15 años nacieron las grandes multinacionales españolas. En el año 2000 solo había ocho en el ránking de las mayores empresas del mundo del Financial Times ; ocho años después ya eran 14. España creó en la pasada década uno de cada tres nuevos empleos de la eurozona. Italia y Francia admiraban su «milagro». El bum fue un imán que atrajo súbitamente a cinco millones de inmigrantes.

Si la economía iba sola y era más o menos la de Aznar (con todas sus bombas de relojería), Zapatero buscaba otros pilares para construir un discurso alternativo al del PP. Los halló en lo social y en clichés del progresismo. Los asuntos que marcaron su primera agenda fueron la urgente retirada de Irak, la paridad hombres-mujeres, el matrimonio homosexual, la supresión de la asignatura de Religión, el revisionismo de las heridas de la Guerra Civil y algunos aguinaldos y proyectos bienintencionados que superaban las posibilidades del país (400 euros, cheque-bebé, ley de dependencia). Enfrente tuvo a un partido noqueado por la derrota del 2004, que perdió la legislatura enredado en una disparatada teoría de la conspiración sobre el atentado islamista de Madrid.

Ante un líder de la oposición anticuado y nombrado a dedo, el programa reformista de Zapatero le permitió revalidar su mandato en marzo del 2008 (cuando la crisis ya estaba horadando España, dato que escamoteó). La economía aún no desvelaba al público. Pero el crecimiento español arrastraba taras congénitas. Pronto sus desnudeces saldrían a la luz de forma descarnada.

El milagro español se sustentó sobre el turismo, la construcción y un sector servicios de bajo valor añadido. España es -por ahora- la novena economía mundial, pero baja al puesto 20 en patentes. Fieles a la máxima rancia de Unamuno, no inventamos. Importamos mucho más de lo que exportamos y la ventaja salarial se eclipsó cuando la India, China y los Tigres asiáticos se convirtieron en la fábrica del mundo. La economía española ha perdido competitividad. La productividad es pésima: los que más horas pasamos en el trabajo y los que menos rendimos por hora. El capital humano tiene baja formación. El mercado laboral arrastra rigideces franquistas. La ley del suelo de Aznar, de 1998, que dejó barra casi libre al ladrillo, y la feliz y trepidante caída de los tipos tras el euro crearon una colosal burbuja inmobiliaria, que no casaba con la realidad de las nóminas. El 30% de los chavales españoles no acaban la ESO y sin formación no hay buenos puestos de trabajo. En España, país con tres millones de funcionarios, el grueso del empleo se encuentra en el comercio, las reparaciones, los servicios de poca cualificación, la hostelería, el transporte y la construcción. El atleta de la zona euro tenía tobillos de cristal.

Ocultando la realidad

Llegada la crisis con toda su virulencia, Zapatero se refugió otra vez en un optimismo patológico: el problema pasaría y, además, faltaban más de tres años para la reválida electoral. Se fijó un objetivo: mantener la paz social a golpe de subsidio y preservar el idilio con los sindicatos. Cuentan que en su círculo íntimo suele alardear de que a él los sindicatos nunca le harán una huelga general, como a González y a Aznar. Tras el susto del verano del 2007, cuando reventaron las subprime , negó la crisis con una frase hoy ridícula en su fatuidad: «España lidera la Champions League de las economías mundiales». Luego, en la campaña del 2008, engañó a los votantes sobre la hondura del problema, cuando ya constaban en la Moncloa datos fehacientes de su gravedad. Por último, pese a las advertencias y al enojo creciente de Solbes, se agolparon las las onerosas medidas populistas: propina universal de 400 euros (6.000 millones de coste), cheque-bebé, ayudas al alquiler... A mayores, 9.000 millones para enderezar la nefasta gestión de las cajas y costosísimos aguinaldos para pagar el apoyo catalán. Todo en un Estado donde las comunidades autónomas adeudan 18 billones de pesetas, pero se niegan en voz alta a reducir su déficit.

Solbes, espantado y aburrido, tiró la toalla. Zapatero eligió a otra alta burócrata, menos ducha, pero más sumisa, Salgado. Más facilidad para la huida hacia adelante. Hasta que se encendieron las primeras luces rojas: Consejo de Ministros de emergencia en pleno agosto del 2009, más efectista que eficaz, y luego, una subida de impuestos directa al bolsillo de las clases medias.

Pero el gran estriptís contable se ha producido en esta quincena. La presidencia europea, que debía reforzar la aureola del presidente, ha resultado su calvario. El Nobel Krugman alerta de que el problema de la UE se llama España. Zapatero recibe un chorreo de los gurús de Davos, donde lo sientan y lo comparan con el griego Papandreu, el apestado económico del primer mundo. La prensa anglosajona se cobra el precio de las baladronadas de antaño y se ensaña con España. El precio de la deuda pública se dispara respecto al bono de referencia alemán. Las agencias de calificación de riesgo colocan a España en la zona roja. Almunia, socialista y español, incluye -exageradamente- a España en el mismo saco de casos perdidos de Grecia y Portugal. La bolsa, atemorizada, pincha.

Muy tarde ya, llega la hora del destape y la cirugía. La gran confesión de enero. El déficit público es del 11,4%, cuando la UE exige el 3% en el 2013. Récord de paro, con 4,4 millones de desempleados (1,2 millones de hogares con todas las personas sin trabajo). El pago de las pensiones en el 2030 se ve dudoso. El consumo familiar cae un 5%. España es el único país del G-20 en recesión. ¿Soluciones? Recorte de 50.000 millones en tres años (tal vez quimérico, pues se anuncia que no se tocarán sanidad, educación e investigación); revisión de las pensiones y reforma laboral. Justo el tratamiento que venía recomendando, sin demasiado eco, una oposición de liderazgo fofo.

¿Pronóstico? Muy delicado. Pese a los pintorescos espaldarazos de Botín, los sabios prevén ocho años más con el paro por encima del 10%. El superávit de la Champions no ha servido ni para jugar medio año en Segunda.

lavozdegalicia.es


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