El verano languidece y pasa lo que se veía que
iba a pasar. La playa, las fiestas y el ocio abren la puerta de nuevo, a
la cruda realidad. Que siempre ha estado ahí. No se ha ido de
vacaciones. Los espejismos duran lo que duran. No es nada nuevo.
Y toca preguntar: ¿Y ahora qué? Los problemas
siguen siendo los mismos. Todavía más agravados. Ferrol está tocado -que
no hundido- y continúan sin llegar las panaceas prometidas. Porque
hablar es muy fácil. Hacer... Eso ya es otra cosa.
La ristra de respuestas que tienen que dar los
que mandan es larga. Pero las más relevantes son las que han de
ofrecérsele al sector naval. ¿Cuáles son los planes? ¿Dónde están los
encargos? ¿Dónde está el flotel? ¿Qué sucede con el dique flotante?
¿Cuál será el futuro de Astano sin sus vetos?
La perdiz está ya tan mareada que se ha
desorientado. Las y los que han de dar decididos pasos al frente de una
buena vez o miran para otro lado -ojo con esos cuellos que pueden acabar
por torcerse- o se sumergen en ceremonias de la confusión. O se callan
mientras se arrellanan en la poltrona para abrigarse del invierno.
¿Y ahora qué? Eso es lo que quiere saber la
ciudadanía. Y eso es lo que se le está negando. Los juegos malabares
están bien para el circo. Pero no para una comarca exhausta -no nos
engañemos, esa es la realidad- que resiste a duras penas. Y todo esto
tiene responsables. Con nombres y apellidos. Que hablen. O que se
marchen. Si no saben hacer su trabajo.
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