lunes, 20 de julio de 2009

Ver rascacielos ocupando lo que fueron astilleros


Tengo muy claras las cosas fundamentales de la vida y esto me da mucha fuerza para luchar. Una de ellas es que debo dar todo el amor y la alegría posible a quienes me rodean y en contrapartida el recibir cariño de la gente hace que me derrita. Considero la sinceridad y la verdad como valores primordiales. Venero a la familia, a los amigos... Soy católica practicante, hija de militar y luchadora.

María Ignacia gonzález-llanos fraca

Ingeniera naval y ex subdirectora de proyectos de Naval Gijón

Presiento que el día que María Ignacia González-Llanos, a la que familiarmente llaman Zaza, se presentó por primera vez en su trabajo de Naval Gijón con su flamante carrera de ingeniera bajo el brazo, se conmovieron hasta los cimientos de los grandes diques. Casi una niña, menuda, alegre y animosa, su figura contrastaba radicalmente con el pasado, echando por tierra los estereotipos de más de cuatro generaciones de serios, sesudos y solemnes ingenieros. Excelente comunicadora, apasionada, aunque nunca, a lo largo de la conversación, bajó la guardia de la prudencia. Su bondad natural se infiere de los múltiples comentarios positivos que merecieron aquellas personas a las que hizo referencia. Nacida en Ferrol, enero de 1974, y menor de cuatro hermanos, el destino de su padre, Javier González-Llanos, oficial de la Armada, le hizo estudiar el Bachillerato en el Colegio San Luis Gonzaga de Madrid, ingresando posteriormente en la Escuela de Ingenieros Navales.

-Su segundo apellido, Fraga, ¿relación con don Manuel?

-No, hay muchos Fraga en Galicia. Fraga es el nombre que recibe un bosque cuando discurre junto a un río.

-Pero González-Llanos sí que ha hecho historia...

-A través de mi abuelo, José María González-Llanos y Caruncho, un hombre grande en muchos aspectos. Además de contraalmirante de la Armada, era ingeniero naval y eléctrico, catedrático de la Escuela Naval de Madrid y doctor honoris causa por varias universidades españolas y extranjeras. Y un destacado empresario, fundador de Astano, entre otras muchas iniciativas o participaciones industriales. Tuvo 16 hijos, y los varones son la mitad, ingenieros navales, y el resto, marinos. Mi padre, el numero 15 de sus hijos, es capitán de navío.

-¿Usted llegó a conocerlo?

-Sí, de mi abuela apenas conservo memoria, porque se murió cuando yo tenía 5 años, pero de él guardo un entrañable recuerdo, porque aún viviría hasta 1990. Pese a todos sus méritos, lo más admirable de él era su parte humana; sus empleados le querían como a un padre. Prueba de ello es que la estatua que tiene en una avenida de Ferrol se erigió por iniciativa de los vecinos de Esteiro, un barrio muy popular. Creo que es una referencia muy importante que, como jefe, tus subordinados te quieran.

-¿Usted siempre tuvo clara su vocación?

-No, de pequeña soñaba con ser marino de guerra, pero en aquel tiempo las mujeres no tenían acceso a la Armada. Años después, cuando al fin fue posible, ya se me había pasado la idea. De lo que no tuve duda es de mi total interés por el mar. Pensé en estudiar Ciencias del Mar, pero esa carrera únicamente se cursaba en Cádiz y Tenerife; quizás hoy haya más centros. Decidí quedarme en Madrid y estudiar ingeniero naval. Uno de mis tíos, que lo era, intentó disuadirme, sin lograrlo. Ahora entiendo muy bien sus argumentos, tanto que el día de mañana a mis hijos también trataré de quitárselo de la cabeza.

-¿Qué le ha hecho formar una opinión tan determinante?

-Hay dos aspectos. Uno es formidable, construir un barco tiene un enorme encanto, es algo precioso que, por ejemplo, no puede compararse a levantar un puente; hasta mi marido, Eduardo Fernández, que es ingeniero de caminos, se ha dado cuenta. Los barcos tienen alma y sensibilidad. Pero la contrapartida se encuentra en las dificultades empresariales y sindicales que rodean nuestro trabajo. Para mí, es terrible ver a gente que en plenitud de vida y profesión se ve obligada a irse a casa con 50 años. Esto está ocurriendo desde finales de los años setenta.

-Pero España no puede competir con los astilleros asiáticos...

-Ahora no, pero el sector naval habría podido especializarse en buques de alta tecnología o cualquier otra innovación. Italia lo previno y se dedicó a construir cruceros de lujo. Lo imprescindible es ir por delante, investigar y modernizarse; Asia siempre acabará copiando, pero llegado ese momento tenemos que estar preparados para ofrecer algo nuevo y distinto. Aquí va bien Astilleros Gondán, en Figueras, porque construye barcos tecnológicamente muy punteros. Pero, en definitiva, las medidas tomadas por el Gobierno no fueron buenas y el exceso de politización, tampoco.

-Habíamos quedado en que usted se fue a Navales, ¿cómo fue su carrera?

-Muy dura, es una especialidad que deriva en un índice de fracasos muy alto. Además de aprender a buscarme la vida, fui consciente de que soy capaz de enfrentarme a situaciones extremas. Al terminar, conseguí una beca de verano para trabajar en Naval Gijón y al finalizarla me contrataron. El 1 de julio hizo siete años.

-¿Qué resume de ese tiempo?

-Fue una etapa muy feliz en mi vida, pese a la amenaza constante del cierre del astillero. Desde el punto de vista profesional, significó un auténtico despegue; al principio, tuve que sustituir a la subdirectora de proyectos, que estaba de baja por maternidad, luego me destinaron a la subdirección comercial y, por último, fui subdirectora de proyectos. Le puse mucha gana e ilusión y aprendí una enormidad.

-Así que se colocaba mono y casco, y manos a la obra...

-Cuando estuve destinada en el departamento comercial me dolía no pisar el astillero, no vivir el desarrollo del barco. Solicité el cambio a producción y, entonces, sí, bajaba al dique rodeada de operarios.

-No parece muy sencillo que aquellos hombrones pudieran tomarse en serio a una chica tan joven y guapa...

-Lo cierto es que el equipo de jóvenes logramos conectar muy bien con el personal de toda la vida. Incluso creo que tenían sentimientos protectores hacia nosotros. Al principio, ves que estás rompiendo sus esquemas, que los desconciertas, pero la seriedad del trabajo acaba por imponerse. Además, no fuimos las primeras ingenieras en Naval Gijón. A Galo Baizán siempre le gustó apostar por mujeres, y conmigo entraron otras compañeras, incluso hubo seis o siete que nos precedieron.

-¿Considera que es una tragedia el cierre de un astillero?

-Sin duda, no sólo por la pérdida del trabajo propio y del general, sino por lo que repercute en toda la industria auxiliar. En Naval Gijón faltó un empresario; la plantilla tenía muchas posibilidades.

-¿Cree que llegará a ver rascacielos ocupando lo que fue su área de trabajo?

-Sí.

-Qué pena, ¿no?

-No me daría tanta si a cambio hubiera habido otro astillero, al menos de reparaciones, en el puerto.

-¿Cómo es su situación actual respecto a la empresa?

-Han quedado algunas personas encargadas de la venta de activos, y el resto estamos expectantes con relación al futuro de Juliana, el único astillero que va a quedar en la bahía de Gijón. Me gustaría seguir aquí, en esta ciudad en la que me encuentro adoptada, y mi marido, que es madrileño, piensa lo mismo.

-Sé que acaba de casarse, ¿conoció a Eduardo en Gijón?

-Qué va, en Madrid, yo estudiaba 2.º de BUP, y él, COU. Tras nueve años de noviazgo, rompimos. Luego, cuando yo vine a Gijón a trabajar, me siguió. Tras otros dos años y medio, nos casamos el pasado 2 de mayo. Fuimos de viaje a Vietnam.

-¿Hay astilleros en Vietnam?

-Sí, pero pequeños y básicos, diríamos que para uso interior y doméstico. Los astilleros importantes están en China y Corea. En Corea es impresionante ver la disciplina con que trabajan, hacen barcos como churros.

-¿Y qué va a ser de tantos ingenieros navales si apenas queda construcción naval en España?

-Son personas con una formación tan buena que están capacitados para asumir cargos directivos en otro sector empresarial, sobre todo en el energético.

-¿A qué dedica el tiempo que excede de su ingeniería?

-Me gusta mucho hacer deporte, sobre todo andar en bicicleta, nadar y bucear. Mi gran asignatura pendiente es la navegación; he de aprender a navegar. También quiero recibir clases de fotografía y seguir con las de inglés. La moda, que hoy crea tanta dependencia, me interesa sólo lo justo para ir bien.

-¿Gijón para siempre?

-Dependerá del trabajo, pero creo que sí, es mi mayor ilusión.

la nueva españa

1 comentario:

Unknown dijo...

Es cierto. Yo vine aesta ciudad hace 20 años y tanto a mí como a mi pareja de Granada nos enamoró. Inclusive en tiempos difíciles, dejamos nuestro trabajo y aspiraciones personales de lado por seguir en esta ciudad. Su gente, sus brumas, sus veranos, hasta me hice socio del Sporting, en fin un poco de todo.